viernes, 12 de octubre de 2007

De carne y hueso
Johannes Kepler

Astrónomo y astrólogo, matemático y místico.
Nacido en Weil der Stadt, Württemb, Alemania.
1571-1630

Por El perplejo sideral
12 de abril de 2007


¡Quiero sumergirme en este mar de cieno, quiero asfixiarme en las exhalaciones de este pantano, quiero verme cubierto por ese alud de andrajos! Yo tengo fuego para consumir todo eso. Desplegaré mis alas, lanzaré lejos de mí la podredumbre humana, y alzaré el vuelo a las regiones luminosas donde reina el Sol.
Alberto Masferrer
¡Querida, ya le entendí a las vueltas!
En el sentido moderno, universal, comprobable y exacto, con sus tres “leyes naturales”, Kepler es el primero en explicar correctamente el movimiento planetario, de tal modo que se convierte en el fundador de la mecánica celeste.

A alguien que fue un místico cariforúnculo a causa de la viruela, narigón, enfermizo, miope, hipocondríaco, neurótico, obsesivo, supersticioso, inadaptado, inclinado a lo esotérico y enigmático, sólo le quedaba una alternativa: ser un genio.

Kepler fue el último de los astrólogos. Es decir, con sus conceptos fueron colocadas líneas divisorias entre la astrología y la astronomía, entre la astronomía y la teología;. Kepler, contemporáneo de William Shakespeare, John Milton, Tycho Brahe, Galileo Galilei, Johann Lippershey, forma parte del imaginario colectivo.

Nuestro admirado Johannes era obsesivo con los números y un fanático de la precisión. Cuando escribe su propio horóscopo, lo empieza así:

“Johannes Kepler, Keppler, Khepler, Kheppler, o Keplerus fue concebido el 16 de mayo del año 1571 a las 4:37 de la mañana y nació el 27 de diciembre a las 2:30 p.m., después de un embarazo de 224 días, 9 horas y 53 minutos”. ¡Ah loco!

Kepler, ¿de dónde salió?
Pero, este genio de carne y hueso ¿Dónde se formó? ¿Qué impulsos tenía y qué carácter ejercía? Es decir, ¿Cómo pudo alguien llegar a tener ese gigantesco nivel de abstracción capaz de imaginar y calcular matemáticamente las órbitas de los planetas? Digo, se que la mayoría de los que están leyendo estas líneas pueden hacer lo mismo, pero yo, que con dificultad puedo recitar la tabla del siete, me deja perplejo. Pero además, hacerlo en un ambiente como en el que Kepler se formó suena muy difícil ya que parecía que su familia lo estaba entrenando para que trabajara de vampiro en Transilvania.

Trabajó casi de niño en la taberna de su abuelo, sirviendo cervezas. En la escuela, así y todo era el chico odiado del salón por ser un auténtico nerd que respondía a todas las preguntas de los maestros.

Pues así es. Imaginen ustedes un fangoso pantano maloliente, lleno de hierba mala, y en el centro de tamaña repugnancia, ahí, solitaria, única y enhiesta, una bella rosa que nos asombra con su esplendor y perfección. Esta imagen, ni más ni menos, se aplica a la vida de Kepler. ¡Maestro, cuánto diera de mi galanura, por un poco de tu genio! Snif.

Qué bonita familia.
Su familla estaba sumergida en situaciones de degeneración, abandono, borracheras, enfermedades, promiscuidad, miseria, fracasos y acusaciones de practicar la brujería. Vamos, una común y corriente familia mexicana. Pregunto: ¿Qué nos ha faltado a los mexicanos para tener genios del tamaño de Johannes?

Kepler, como todo mundo entonces, creía en la brujería; su madre fue acusada de practicarla y fue encarcelada durante 13 meses; murió poco después de su liberación, acontecimiento que puso aun más triste al taciturno personaje de nuestra historia.

Kepler escribía, sobre todo horóscopos, en los que dejaba plasmada la personalidad de su familia, como la propia. Cuando hace el horóscopo de su padre apunta:

“Heinrich, mi padre, nació el 19 de enero de 1547; Era un hombre vicioso e inflexible, peleonero y condenado a un triste final. Venus y Marte incrementaron su malicia. La cercanía de Júpiter al Sol lo hizo un hombre paupérrimo, pero le dio una esposa rica. La influencia de Saturno lo volvió un hombre estudioso de las armas; Enemigos varios se consiguió, así como un matrimonio aguerrido….amante de los honores vanos y de vanas esperanzas a consecuencia de ellos. Un guerrero…”

Algo que causó un gran impacto en su infancia fue el hecho de que su madre lo llevara al campo a contemplar, en 1557, al “gran cometa” que apareció aquel año en el cielo.

Además de feo, Kepler no tenía mucha suerte. No tenía dinero ni nada que dar; y cuando conseguía un trabajo —hacía horóscopos y almanaques astrológicos al por mayor— raramente le pagaban. Frustrado por no conseguir ser pastor luterano, tuvo que dar clases de latín, retórica, y matemáticas.

Su apariencia física provocaba la risa tanto de sus compañeros como de las cortes por las que se paseaba ofreciendo sus servicios de maestro, de astrólogo o de lo que fuera. Su formación familiar y su apariencia le configuraron un carácter de los mil demonios. Se tornó crítico y lleno de odio a los demás y así mismo; arrogante, astringente y jactancioso. Vociferante, pues.

Queriendo hacer feliz a alguien o deseando no ser infeliz él sólo, contrae matrimonio y noten la descripción que hace de su mujer: “Simple de espíritu y gorda de cuerpo…estúpida, malhumorada, solitaria y melancólica.” ¡Ay maestro!, pues me parece que estaban el moretón para el trancazo, ¿no creen?

La órbita de los planetas
De una profunda concepción religiosa, este místico protestante luterano tuvo que pasar por varios estadios de pensamiento para concebir uno de los más sorprendentes hitos en la historia de la astronomía: Enunciar las leyes que rigen la órbita de los planetas. Se dice fácil, pero hay días que no tengo esas ocurrencias.

Kepler concebía unas verdaderas piruetas mentales llenas de genialidad y sincretismo cursi, pero delicioso para la época —para mí todavía lo es—: En Armonía del mundo….escribe: “Este libro está escrito para ser leído ahora o por la posteridad; me da igual. Puede esperar a su lector un siglo, como Dios ha esperado 6,000 años a un descubridor.”

Al principio, su razonamiento se basaba en una creencia más mística que científica “si Dios era perfecto, la creación de los mundos debería ser perfecta”. La perfección, según él, la daba la geometría ya que Dios era El Gran Geómetra, por lo tanto, si los planetas orbitaban alrededor del Sol, como decía Copérnico, las orbitas deberían describir un circulo perfecto. De esta idea, Kepler imagina y diseña su modelo geométrico heliocéntrico de los mundos. Teoría muy ingeniosa, pero errónea. Se tardaría un rato en modificarla.

Los genios ni se crean ni se destruyen, sólo se trastornan. El Perplejo

En 1589 Kepler va a la Universidad de Tubinga a estudiar ética, dialéctica, retórica, griego, hebreo, astronomía, física, y luego más tarde teología y filosofía. Estando allí hace como obligación —y porque le urgía el dinero— un calendario astrológico, en el cual predice un frío espantoso y una incursión de los turcos. Ambas predicciones se cumplen, y adquiere cierta fama como astrólogo. Sin embargo, paradójicamente sentía cierta aversión al oficio de adivinador. Llamó a la astrología “hija pequeña y alocada de la astronomía” y escribió: “Si alguna vez los astrólogos aciertan, se debe atribuir a la suerte”.

En Tubinga se hace adicto a los escritos de Copérnico, que se reservaban a los mejores estudiantes. Se tenía la creencia de siglos que los planetas se movían en órbitas circulares. Así lo había planteado en su sistema Tolomeo, en el siglo II d.C., y Copérnico en el siglo XVI.

Pero Kepler, además de leer a Copérnico era fan de los escritos de Platón donde el filósofo hablaba sobre Pitágoras y su armonía celeste, y según esto todo en el cielo era de una simetría y armonía estética perfecta; todo era hermoso, edénico e idílico; había sirenas con guirnaldas en sus cabezas, vestidas muy fashion, que acompañaban con gráciles danzas a cada planeta en su movimiento, cantando al unísono y en el éxtasis supremo, las notas del músico, poeta y dramaturgo de Juárez, Juan Gabriel, ¡Querida, dime cuando tú, dime cuando tú…!

Claro que mientras tanto, el master and commander Aristóteles convulsionaba al punto de un coma diabético. Era demasiada la melcocha para el maestro paradigma de la praxis, que lo mismo tenía una colección de bichos venenosos que abría en vivo a un cerdo para enseñarle a su alumno Alexandro como latía el corazón. Siendo demasiado para él, escribe al respecto: “La teoría de que el movimiento de las estrellas produce una armonía, es decir, que los sonidos que producen son armoniosos, pese a la gracia y originalidad con que ha sido formulada, es sin embargo, falsa”.

Se preguntaba Kepler ¿Por qué “solamente” había seis planetas?

A Johannes le importaba poco la opinión del maestro Aristóteles aún y con toda su fama de vaca sagrada del pensamiento universal. Él seguía pensando en la música de las esferas.

Kepler deja Tubinga (1594) y se va a Granz. Un día, (1596) dando una de sus soporíferas clases de geometría —soporíferas porque nadie le seguía el paso— tuvo una ocurrencia que a él le pareció genial y que desde ese momento cambiaría el universo de su vida. Encontró, según él, el modelo que Dios había usado para la creación de los mundos. ¡Había encontrado la llave secreta para la compresión de los cielos! En el pizarrón dibujó un triángulo equilátero dentro de un círculo, y otro círculo dentro del triángulo.

¿Por qué “sólo” había seis planetas? Él creía haber encontrado la razón. Empujado por la fuerza de su obsesión, hizo miles de ensayos con figuras planas, bidimensionales, tridimensionales y todo aquello que su mente le propuso.

Kepler estaba convencido de que Dios había hecho el Universo conforme a un plan matemático, creencia encontrada —otra vez— en las obras de Platón y asociada con Pitágoras.

Se le ocurrió que la razón de los círculos explicaba las órbitas de Saturno y Júpiter. En la época de Johannes sólo se conocían seis planetas. —Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter y Saturno—

Los griegos, por su parte, habían dicho que sólo cinco poliedros podían ser construidos mediante figuras geométricas regulares.— Para Kepler, ¡allí estaba la razón! ¡Eran seis planetas con cinco espacios entre ellos! Allí cabían las cinco figuras regulares ya que no podían ser de otra manera si Dios las había ideado— Fue entonces de estas conclusiones que escribió su libro Mysterium Cosmographicum en 1596.

Para Johannes todo quedaba clarísimo.
Todo encajaba perfectamente. Kepler creyó haber resuelto el enigma del plan divino del Universo. En sus propias palabras dice al respecto: “En unos días, todo quedó en su lugar. Vi que un sólido tras otro encajaba con tanta precisión entre las órbitas apropiadas que si un campesino preguntaba con qué gancho estaban prendidos los cielos para no caerse, sería fácil contestarle”. (….) Nunca podré expresar con palabras cuán intenso fue mi placer al efectuar este descubrimiento. Ya no lamenté el tiempo que me había costado”

Cuando lo egos se encuentran. Tycho y Kepler.
El más grande astrónomo —y gastrónomo— de la época era el danés Tycho Brahe. Tycho era fastuoso, totalmente palacio desde su enorme figura hasta el estilo de vestirse. Frente a él, Walter Mercado era un pordiosero. De acentuada personalidad histérica este hombre rico, egocéntrico, poeta, gourmet y sibarita, era sobre todo sumamente excéntrico. —debajo de su mesa siempre había un enano que capturaba las sobras que le lanzaba— De chamaco le habían rebanado parte de la nariz en un duelo por lo que se había mandado confeccionar una nariz de aleación metálica que le daba al gigantón un aspecto todavía más impactante.

En 1582, con el mecenazgo del rey Federico II, Brahe se había mandado construir un observatorio en la isla de Hveen, a 32 kilometros al noreste de Copenhague

Tycho no merecía menos que un castillo y siendo fanático de los gadgets, lo llenó de artilugios e instrumentos de medición —cuadrantes, sextantes, astrolabios— que le servían de apoyo a la observación de los cielos. Fue el primero en observar y registrar con regularidad las posiciones del Sol, la Luna, los planetas y las estrellas.
Registró datos por veinte años, determinando la posición de los astros con una precisión de hasta un minuto de arco, una verdadera proeza, considerando que aún Tycho no usaba telescopios, sino unos tubos sin lentes con los se asomaba al cielo. Vamos, se echó el cielo a “ojo pelón”.

Su biblioteca de datos astronómicos, elevada a nivel de egoteca, hacía literalmente babear a Kepler, que ni tardo ni perezoso le escribe cartas llenas de veneno puro para alguien con el ego de Brahe:

Usando su pluma a modo de honda, el insignificante Johannes endulzó los oídos del Goliat con piedras de adulación. Tycho cayó cuan largo era.

Por ese entonces, en 1598, el archiduque católico de Granz recibe la orden de expulsar de la ciudad a los protestantes; Kepler, como otros, tuvo que emigrar, de manera que junto con la expectativa de qué hacer con su vida, le llega correspondencia de Tycho.

Tycho invita a Kepler a vivir con él y le pide que sea su asistente (1600), sabiendo de antemano que el alemán le sería muy útil. Tycho conocía de los alcances matemáticos de Kepler pues éste le mandaba cartas, comentarios y artículos para tenerlo al tanto de sus razonamientos a los que el gigante contestaba cortésmente y disfrazando su admiración con expresiones como “que interesantes y novedosos son sus comentarios”.

Tycho y Johannes se necesitaban mutuamente.
¿Para qué quería Tycho a Johannes? El astrónomo de panza jupiteriana lo que esperaba era obtener de Kepler los métodos matemáticos para justificar su propia idea de un sistema heliocéntrico copernicano, mismo que Johannes una vez que lo conoció, abominó.

Lo que pasaba es que Brahe no aceptaba del todo la teoría heliocéntrica de Copérnico: Aceptaba de entrada, la idea de que cinco de los planetas conocidos orbitaban al Sol, pero no así la Tierra, ya que pensaba que ésta no se podía mover por pesada y quieta.

De manera que el sistema cosmológico de Brahe era un galimatías: Los planetas orbitaban alrededor del Sol; el Sol y la Luna, alternadamente, orbitaban alrededor de una Tierra fija. ¡No, pues con esta pesadilla, sí necesitaba un Superman de las matemáticas!

La gran y mejor contribución de Tycho Brahe fue haber acumulado tanta riqueza de información derivada de su obsesión por el cielo.

Tycho era el gran observador astronómico, pero no tenía el genio matemático que Kepler si poseía; Kepler era dueño de una inteligencia espacial monumental, pero le faltaban los datos de Tycho. ¡Ay, si el méndigo de Galileo le hubiese enviado un telescopio! Pero el envidioso italiano nunca le quiso prestar uno de sus tubos mágicos, pero aun así no hubiese avanzado mucho: No estaba capacitado físicamente para la observación óptima por su problema de visión doble y miopía y además ¡Kepler tenía los dedos deformes! Qué cosa, aun así, Kepler impresionaría al mundo con sus estudios sobre la óptica.

La relación de Kepler y Tycho era tormentosa. —Se querían y no eran novios—
La arrogancia de Tycho era legendaria y era capaz de enfurecer a cualquiera que se acercara a dos kilómetros a la redonda; además, Tycho no mostraba todas sus cartas. Se guardaba lo mejor y solamente en las comidas hacía comentarios sueltos sobre “esto o aquello” de algún tema astronómico.

Kepler vivía en el grito de la desesperación pues requería de datos duros para trabajar, pero el vikingo socarrón no soltaba prenda.

Un día, desesperado y frustrado, Kepler hace las maletas, vocifera a su más puro estilo, suelta unas santas y protestantes expresiones idiomáticas en alemán, —“Mira Tycho: ve y orbita ad infinitum alrededor de tu más cercana pariente en línea recta ascendente e importúnala hasta el paroxismo funesto de su existencia…” — y se sube a un taxi diligencia para marcharse. Hasta allá fue Tycho por él.

—“Perómbre Johannes, ya ni la haces. Qué desplantes son éstos. Anda, regrésate. A ver, ¿Qué quieres? El viejo zorro ya había calculado que si no le soltaba algo en que se entretuviera, Johannes se largaría.

La solución mañosa de Tycho fue ponerle una trampa. Resulta que al planeta Marte parecía no importarle que el sistema de Copérnico presentara órbitas circulares, pues no entendía razones como Gabino Barrera.

Parecía que había un ligero problema. Marte tenía la órbita menos circular de la que se tenía conocimiento. Bueno, eso sabía Tycho pero Kepler, no. Tycho no dormía pensando por qué. Era hora que alguien más pasara las noches en vela.

Con ademanes sofisticados le dice a Kepler que lo acompañe a su biblioteca, una verdadera montaña de datos experimentales que esperaba pacientemente a un matemático que pusiera orden y certeza para la plena comprensión de los mismos. Tycho parece querer decirle a Kepler: —“Mira muchacho, cuando muera, todo esto será tuyo”. —y así fue.

Tycho saca unos rollotes de un estante y le plantea el problema. —Ahí te va: Estos son los datos de la órbita de Marte. Kepler se le queda viendo a los apuntes al tiempo que su cerebro, ante el banquete que se presentaba, mandaba producir dosis industriales de endorfinas y serotonina que le invaden de una sensación indescriptible que lo sitúan en el perihelio del placer.

Johannes, llevado por su euforia, pronostica resolver el problema en ocho días; le atina al número, pero no al tiempo. Se tardó ocho años, setenta modelos heliocéntricos y novecientas páginas de cálculos en resolver el enigma.

La tardanza rindió sus frutos, pues Kepler descubre que Marte tiene una órbita elíptica, pero antes tuvo que dar un salto cuántico para imaginarse situado en Marte y visualizar desde allí su órbita; después saltó al Sol, para hacer lo mismo. — “¡Lo tengo!” escribió “…la órbita del planeta es una elipse perfecta”.

Al principio se sintió desilusionado, ya que no consideraba “perfectas” a las elipses, pero se reconfortó cuando él mismo se confecciona una justificación al volver sobre sus pensamientos místicos: “He descubierto en los movimientos celestes la naturaleza plena de la armonía”

Tycho Brahe muere al año y medio de estar Kepler con él, quien hereda no sólo los datos sino el cargo de Matemático Imperial

De sus conclusiones acerca de la órbita elíptica de Marte, Kepler enuncia sus dos primeras leyes planetarias, que publicó en 1609 en su libro La Nueva Astronomía y son éstas:

1.-Los planetas se mueven en elipses, teniendo como uno de sus focos al Sol.
2.- El radio vector de origen en el Sol y extremo en el punto de posición de cada planeta recorre áreas iguales en tiempos iguales. — En otras palabras, un planeta girará con mayor velocidad cuanto más cerca se encuentre del Sol.

Diez años más tarde, enuncia la tercera ley:
3.- Para cualquier planeta, el cuadrado de su período orbital (tiempo que tarda en dar una vuelta alrededor del Sol) es directamente proporcional al cubo de la distancia media con el Sol.

Kepler celebra su descubrimiento dando rienda suelta a su vena romántica:
Soy libre de entregarme a la locura sagrada, soy libre de burlarme de mortales con franca confesión de que he robado los recipientes de oro de los egipcios a fin de construir con ellos un templo para mi Dios, lejos del territorio de Egipto. Si me perdonáis, me regocijaré, si os enfurecéis, lo soportaré.

A pesar de sus logros en la ciencia, en la vida le fue como en feria.
Junto al gozo por sus logros científicos, llegaron también la tristeza de las desgracias: Muere Tycho, que a pesar de todo, Kepler había llegado a estimar; su hijo preferido muere a la edad de seis años víctima de la viruela; su madre muere bajo la sospecha de ejercer la brujería; su primera esposa Barbara Müller muere de tifus (1611); se casa con la segunda, Susanna Reuttinger (Octubre 30, 1613), con la que tuvo siete niños, de los cuales cinco mueren en la infancia. Aun así, Kepler se sostiene: Despreciemos a los bárbaros relinchos que resuenan por estas nobles tierras y avivemos nuestra comprensión de las armonías…

Al final
Basándose en los datos de Brahe realizó su última obra importante; las Tablas Rudolfinas — las nombró así en honor del emperador Rudolf II— (1625); las nuevas tablas del movimiento planetario reducen los errores medios de la posición real de un planeta de 5 a 10'.

Fue la tercera ley de Kepler y no una manzana, lo que condujo a Isaac Newton al descubrimiento de la ley de la gravitación. —Hawking dixit.

Kepler logró algo que aún hoy parece increíble: revelar que el Universo era una estructura de leyes, y que las mismas leyes regían la Tierra y las estrellas. —Antaki dixit.

Hoy las leyes de Johannes Kepler se usan para estudiar hasta las órbitas de las galaxias; En el mensaje que se envió al espacio en las Voyager I y II en 1980 y 1981, llevan una grabación fonográfica de las notas generadas por computadora de la velocidad relativa de los planetas del Sistema Solar: la música de las esferas hecha audible, finalmente. —Ferris dixit

Kepler muere el 15 de noviembre de 1630. Él mismo había escrito su epitafio: “Medí los cielos; ahora mediré las sombras de la tierra. Mi alma era del cielo, pero la sombra de mi cuerpo reposa aquí”.

La tumba de Kepler no existe ya más. No importa. Cuando contemplo en el cielo la caravana de los planetas —casi en fuga— imagino escuchar en armónica polifonía, acordes en una especie de réquiem en honor de aquel que un día soñó con la música de las esferas.

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